Creencias de los Primeros Cuáqueros

Durante casi 200 años, la primitiva Sociedad de Amigos (cuáqueros) sostuvo exactamente las mismas doctrinas, principios y prácticas que sus dignos fundadores (quienes a menudo declaraban que su cristianismo no era más que un retorno a los principios y prácticas de la iglesia primitiva). No fue sino hasta mediados del siglo XIX, cuando la gran mayoría de los cuáqueros se había convertido en hijos de la tradición, en lugar de verdaderos “hijos de la luz,” que una combinación de formalidad muerta y ambición humana (surgida bajo una falsa bandera de “reforma”) comenzó a desgarrar la sociedad que antes estaba unida, llevándola a un estado de gran desunión y descontento. Ya no unidos por la cuidadosa sumisión de cada miembro al Espíritu de la Verdad, el resultado (comparable al de la Torre de Babel), fue un doloroso desorden de confusión, división y enemistad, dejando muy pocos corazones humildes sobre el fundamento original.
El breve folleto que se presenta a continuación (también disponible en versión impresa, libro electrónico y audio) fue publicado en 1702 por William Chandler, Alexander Pyot, Joseph Hodges y otros Amigos, quienes habían sido calumniados y malinterpretados por otras congregaciones de su zona. Muchas obras doctrinales han sido publicadas por los Amigos para explicar y defender sus posturas sobre diversos puntos (véanse en particular Esta Grande Salvación de Robert Barclay, El Estado Original y Presente del Hombre de Joseph Phipps, y Los Escritos de Isaac Penington). Pero quizás ninguna publicación de la Sociedad de Amigos haya descrito de forma tan clara y sucinta sus creencias sobre una variedad tan amplia de temas, ni las haya defendido con tanta claridad y franqueza, utilizando una multitud de citas bíblicas.

Introducción

No es que amemos la contienda, ni deseemos la controversia, ni seamos impacientes al soportar reproches, lo que nos lleva ahora a publicar este breve tratado; sino que las repetidas acusaciones graves y los severos ataques que nuestros adversarios han lanzado sobre nosotros nos han llevado a sentir la necesidad de aclarar y defender la verdad y la inocencia de nuestra profesión cristiana. Por ello, deseamos que nuestros prójimos, los que tienen una buena disposición, consideren con honestidad lo que tenemos para alegar, y reciban una explicación de nuestra parte acerca de lo que somos y de lo que creemos y sostenemos como verdades cristianas; porque, sin duda, conocemos nuestras propias creencias mejor que aquellos que quizás nunca las han examinado con otro propósito que el de buscarles errores.

Respecto a las Sagradas Escrituras

Esperamos que no les parezca extraño que no expresemos nuestra creencia en algunos puntos particulares con los términos escolásticos que usan otros profesantes cristianos, sino que consideramos mucho más razonable y seguro quedarnos con el lenguaje que el Espíritu Santo pensó conveniente entregarnos en las Sagradas Escrituras—esos escritos tan excelentes y sagrados que, por encima de todos en el mundo, merecen nuestra reverencia y una lectura muy diligente; esos oráculos de Dios y rico tesoro cristiano de verdades, que fueron escritos para nuestra enseñanza, “a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza.”1

Creemos que las Escrituras son útiles para enseñar, para redargüir, para corregir y para instruir en justicia, a fin de perfeccionar al hombre de Dios y prepararlo enteramente para toda buena obra, haciéndolo sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús;2las cuales contienen todas las doctrinas cristianas que se necesitan creer para la salvación, y son un estándar y piedra de toque externo que es suficiente para examinar las doctrinas de los hombres. Y decimos con el apóstol, que cualquiera que publique o propague un evangelio y fe diferente al que nos ha sido testificado en las Escrituras por esos escritores inspirados que fueron los primeros que lo promulgaron, aunque fuera un ángel, sea anatema.3Todo cuanto en ellas se contiene, lo creemos tan firmemente como cualquiera de ustedes; y, como es deber de todo cristiano sincero, estamos de todo corazón agradecidos a Dios por ellas, quien por Su bondadosa Providencia las ha preservado hasta nuestro tiempo, para nuestro gran beneficio y consuelo.

Respecto a Dios — Padre, Hijo y Espíritu

Creemos en el gran Dios omnipotente que hizo y creó todas las cosas y nos dio nuestro ser, a quien en sinceridad de corazón tememos, reverenciamos y adoramos, estando seriamente interesados en el bienestar eterno de nuestras almas. Creemos en ese gran misterio de que hay tres que dan testimonio en el Cielo—el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo—y que estos tres son uno en ser y sustancia.4Y así como ustedes, también nosotros tenemos la esperanza y expectativa de obtener salvación solo y únicamente a través del Hijo de Dios, nuestro bendito Señor y Salvador Jesucristo de Nazaret; creyendo que Dios el Padre lo ha puesto para salvación hasta lo postrero de la tierra, y que no hay ningún otro Nombre dado bajo el cielo en que los hombres puedan ser salvos.5

Creemos también que fue concebido por el Espíritu Santo, en el vientre de la virgen María, nació de ella en Belén, y vivió una vida santa y ejemplar, perfectamente libre de pecado.6Creemos en Sus doctrinas, milagros, sufrimientos y en Su muerte en la cruz, fuera de las puertas de Jerusalén; en Su resurrección de la muerte y en Su ascensión al cielo, donde está sentado a la diestra de Dios el Padre, siendo Dios perfecto y hombre perfecto, el único mediador entre Dios y los hombres, y nuestro abogado ante el Padre, quien vive siempre para interceder por nosotros;7y quien también juzgará tanto a los vivos como a los muertos.8Todo esto, y todo lo que en las sagradas Escrituras se registra acerca de Él, lo creemos firmemente.

Creemos que este Jesús, en quien mora la plenitud de la Deidad,9se ofreció a Sí mismo conforme a la voluntad del Padre, como un sacrificio agradable a Dios, y se volvió una propiciación por los pecados de la humanidad, hasta lo último de la tierra.10Creemos que murió por todos los hombres, así como todos murieron en Adán;11mediante cuya sangre Dios proclama la redención y la salvación al hombre, y ofrece la reconciliación, y libremente, por amor a Su Hijo, está dispuesto a remitir,12perdonar y pasar por alto todos los pecados pasados a aquellos que verdaderamente y de corazón se arrepientan de sus pecados,13se aparten de ellos, crean en nuestro Señor Jesucristo y Lo amen por el resto de sus días, viviendo una vida cristiana santa y circunspecta, obedeciendo Sus mandamientos y permaneciendo así en Su amor.14

Apartarse de Iniquidad y la Doctrina de la Perfección

Esta vida santa fue tan celebrada y rigurosamente observada en las edades primitivas del cristianismo, que “cualquiera que invocaba el nombre,” o tomaba el nombre de Cristo, entendía que debía “apartarse de la iniquidad,”15 y creemos que esto debe estar presente en cada cristiano verdadero y fiel, como aquello que siempre acompaña a la fe verdadera y viva. Y aunque nuestros opositores se burlen de nosotros, y nos tilden de error por sostener la posibilidad de alcanzar perfección—porque abogamos por una vida santa y justa como aquello que agrada a Dios, y afirmamos que Su poder es más fuerte en el hombre (a medida que el hombre se aferre a él) que el del diablo para retenerlo en esclavitud,16y también porque a veces hemos usado las palabras de Cristo y de Sus apóstoles, como, “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto,”17y “todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro,”18—sin embargo, nunca hemos pretendido una perfección moral superior a la que se describe en las promesas de la Escritura antes mencionadas, las cuales son sanas y verdaderas en sí mismas, y declaran claramente lo que Dios desea y requiere de nosotros. Y es por esta razón que frecuentemente insistimos en la necesidad de la santidad y exhortamos fervientemente a las personas a ella.

Salvación por Gracia, pero las Obras siempre van de la mano

Y a pesar de que por esto hemos sido acusados falsamente de esperar ser salvos por nuestras propias obras como si fueran meritorias, sin embargo no consideramos una vida santa como la causa eficiente y procuradora de nuestra salvación; la cual atribuimos completamente a la gracia y misericordia gratuita de Dios en Cristo sin ningún mérito en el hombre;19aunque consideramos que las buenas obras siempre van de la mano con ella, y son una condición necesaria de nuestra parte para cumplir con la oferta bondadosa de Dios,20sin la cual no podemos obtener la salvación, ya que están inseparablemente vinculadas a esa fe que solo agrada a Dios, y que es nuestro culto racional.21

No es Suficiente una Creencia Histórica o Tradicional

Y creemos que, aunque Cristo se ofreció a Sí mismo una vez para siempre por los pecados de todos los hombres hasta lo último de la tierra,22haciendo posible el arrepentimiento y enmienda de vida; sin embargo, una creencia meramente tradicional o histórica en eso por sí sola no es suficiente para darnos derecho a esa salvación común que viene por Él, sino que es necesario que realmente nos arrepintamos y nos convirtamos del mal al bien.23Por lo tanto, no es menos necesario para nosotros ahora que en los días de los apóstoles, que “nos convirtamos de las tinieblas a la luz”, o, en otras palabras, del poder oscuro de Satanás al poder de Dios, que es luz,24para que cada uno pueda experimentar la obra de redención y salvación realizada en y para sí mismo. Porque no basta con creer que Cristo murió, si no experimentamos los benditos efectos de Su muerte, quien vino a salvarnos de nuestros pecados (no en ellos), y a bendecirnos por medio de apartarnos de nuestras iniquidades. Porque leemos que Cristo se entregó a Sí mismo por nosotros para “redimirnos de toda iniquidad y purificar para Sí un pueblo propio celoso de buenas obras.”25

La Condición Caída del Hombre y La Necesidad de una Nueva Vida

Porque creemos que tal es el estado natural del hombre en la caída, que por naturaleza estamos muertos para con Dios,26separados de Él, propensos al mal y a satisfacer los deseos de nuestra mente carnal, dominados por los deseos corruptos y pecaminosos de la carne,27y bajo el poder de un rey extraño, gobernados por el príncipe de la potestad del aire.28De modo que, así como nuestro hombre interior está muerto para Dios, no podemos hacer uso de nuestros sentidos espirituales29con Él, ni este hombre natural puede percibir, conocer o saborear las cosas de Dios, que solo se disciernen espiritualmente.30Por lo tanto, a pesar de que nuestro Salvador murió por nosotros, todavía por naturaleza nos encontramos en una condición miserable y perdida, en cautiverio del enemigo de nuestra alma, a menos que experimentemos al segundo Adán, el Señor del cielo, ese Espíritu vivificante, que pueda avivar nuestras almas y hacernos vivir para Dios nuevamente.31De modo que, al ser restaurados en el uso de nuestros sentidos internos, podamos, con la ayuda de Su Luz Divina (con la cual, para ese fin, ha bendecido a todos los hijos e hijas de los hombres 32) vernos en esa triste y perdida condición bajo la ira de Dios,33y aborrecernos a nosotros mismos por ello. Y, en este sentido vivo (en el que las cosas se ven muy diferentes que antes) podamos clamar a Dios para ser liberados de esa condición, con una tristeza tan sincera y profunda que produce un verdadero arrepentimiento.34

Salvación por medio de Cristo

No es ser rociados con agua cuando somos bebés lo que nos hará verdaderos cristianos, ni lo que nos convertirá de ser hijos de ira a ser hijos de gracia, hijos de Dios, miembros de la iglesia de Cristo, y nos dará una herencia en Él.35Tampoco es aprender nuestro catecismo y estar de acuerdo con ciertos artículos de fe (por muy ortodoxos que sean), ni ser educados en una creencia histórica de lo que Cristo hizo por nosotros hace más de mil seiscientos años. No, esto no proporcionará un conocimiento suficiente, verdadero y salvífico de Cristo, ni nos dará una participación real en Su muerte y sufrimientos; porque las personas pueden hablar de esto y complacerse con ello, y aun así seguir completamente atados bajo el dominio de Satanás (quien todavía gobierna dondequiera que haya desobediencia). Pero el conocimiento verdadero y salvífico de Cristo es experimentar nuestras almas vueltas de las tinieblas a la luz, del poder de Satanás al poder de Dios,36para que por medio de Él podamos ser librados del poder de las tinieblas, ser trasladados al reino de Su amado Hijo,37y experimentar Su poder salvífico realmente rescatándonos y redimiéndonos de debajo del poder de aquel que nos ha esclavizado,38y que lleva cautivos a su voluntad a aquellos que viven en la vanidad de sus mentes. Sí, es experimentar a Cristo atando a este hombre fuerte, saqueando sus bienes, despojándolo y echándolo fuera;39es sentir a Cristo sentándose en nuestras almas como un refinador que quema, consume, destruye, limpia y purifica completamente todo lo que es contrario a Él;40a fin de lavarnos y hacernos puros para que tengamos derecho a una herencia en Él, y que, siendo limpiados y santificados, Él pueda morar en nosotros, ejercer Su poder real y obrar en nosotros tanto el querer como el hacer por Su buena voluntad.41

La mente, al ser desenredada de esta forma, y haber quitado el yugo anterior, entonces las cosas viejas pasan y he aquí todas son hechas nuevas42—un nuevo y tierno “corazón de carne”43según la promesa, nuevos pensamientos, deseos, inclinaciones, afectos, palabras, acciones, un nuevo interior que produce también un nuevo exterior, sí, una criatura completamente nueva en Cristo,44la cual realmente tiene derecho a esos beneficios que les corresponden a los hombres a través de Él, mediante esa fe viva que Él engendra,45que agrada a Dios,46da victoria47y siempre lleva fruto para Él en toda buena obra. Y creemos que es ese sacrificio tan precioso que Cristo ofreció cuando Su sangre fue derramada en la cruz por nosotros, junto con esta obra interna de redención y regeneración así realizada en el alma mediante Jesucristo, lo que completa la salvación de todos los que han sido despertados, vivificados y librados por el poder y el Espíritu de Aquel que es el camino, la verdad y la vida de toda alma que verdaderamente vive para Dios; porque estos son capacitados para andar en ese santo camino de vida, verdad y paz que ha sido preparado desde la antigüedad para que los rescatados y redimidos caminen en él.48

La Condenación del Hombre es por Causa de Sí mismo

Y creemos que Dios misericordiosamente espera con gran bondad y paciencia, para que los hombres se arrepientan, tocando la puerta del corazón de cada uno,49ofreciendo libremente (y sin imponer) Su ayuda50en esta tan importante obra y cambio en los corazones de los hombres; de modo que en el día en que Dios juzgará al mundo por Jesucristo y en el que toda cosa secreta será manifestada, Dios será justificado y estará libre de la sangre de todo hombre. En verdad, en ese día toda boca se cerrará y la condenación de cada hombre será por causa de sí mismo, por haber rechazado el día de su visitación en el cual Dios llama al hombre y le ofrece la reconciliación, y por haber resistido las contiendas y menospreciado las reprensiones del Espíritu, que en Su infinita misericordia les ha dado a los hombres para instruirlos, mostrarles y guiarlos en el camino de vida y paz.51

Regeneración o Nuevo Nacimiento Vivido, y no sólo Creído

Creemos que, aunque la depravación de la naturaleza del hombre en la caída es tal que el hombre natural o carnal (que es enemistad contra Dios en el estado de mera naturaleza) solo se ocupa de las cosas de la carne, y naturalmente produce las obras de la carne y no puede agradar a Dios, ni guardar ni observar Sus leyes, sino que es propenso al mal;52sin embargo, aquellos que abrazan la visitación de Dios y realmente experimentan la regeneración y un nuevo nacimiento de la Semilla incorruptible por la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre53—esa Palabra implantada54que es viva y eficaz55y capaz de salvar y santificar el alma56—nacen de una nueva vida, son investidos con otro poder superior, se vuelven espirituales, y por el Espíritu obtienen libertad para caminar conforme al Espíritu57y producir Sus frutos. Estos reciben del Espíritu la capacidad de servir a Dios de manera aceptable, siendo ahora guiados por el Espíritu de Dios y hechos Sus hijos, quienes son enseñados por Él, y a través del Espíritu de adopción que recibieron en sus corazones58tienen el derecho a llamar a Dios su Padre y a Jesús su Señor. Porque habiendo, por el Espíritu, hecho morir al viejo hombre o primera naturaleza, y lo han despojado junto con sus inclinaciones corruptas y depravadas y sus malas obras, y habiendo crucificado la carne con sus pasiones y deseos, se han revestido del hombre nuevo y celestial, que es creado según Dios en justicia y verdadera santidad.59Y estos, siendo renovados en el espíritu de sus mentes, ahora caminan en novedad de vida,60y están verdaderamente en Cristo, y por lo tanto son transformados y convertidos en nuevas criaturas, y ahora piensan y actúan bajo la dirección de un Espíritu superior al que los gobernaba anteriormente, teniendo sus mentes elevadas a una región por encima de la naturaleza caída, de modo que ahora la corriente de sus pensamientos, deseos y acciones, fluye en otra dirección, y la inclinación de sus afectos está hacia aquellas cosas que son de arriba, donde está Cristo.61Porque ahora se ha abierto un ojo en ellos que ve más hermosura y belleza trascendentes en los tesoros invisibles y eternos del Señor, que en todos los placeres pasajeros que este mundo puede ofrecer.

Y creemos que cualquiera que espera que la justicia de Cristo le sea imputada, debe de esta manera vestirse del Señor Jesucristo,62y ser así cubiertos y revestidos de Su justicia, y en una medida tener Su santa vida manifestada en y a través de ellos, y experimentarlo a Él vivificando e influyendo en sus mentes, y obrando en y por ellos. Estos saben que sin Él nada pueden hacer, pero que por medio de Él que los fortalece pueden hacer todo lo que Él les mande, y mientras permanezcan como pámpanos vivos en Él (por medio de esa savia y virtud que reciben diariamente de Él), son capacitados para llevar frutos que agradan a Dios,63por lo cual es glorificado.64Porque aunque Dios el Padre nos acepta en Cristo, y por amor a Él, aun así, este nuevo nacimiento es la calificación indispensable, y la verdadera marca distintiva de aquellos que están realmente en Él. “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas.”65Juan dice, “El que dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo.”66

Todo es por Gracia, pero la Gracia no ofrece Libertad a la Carne

No atribuimos nada al hombre, como si tuviera poder o capacidad en o por sí mismo para agradar a Dios, sino que toda capacidad para hacer el bien se atribuye solamente a Cristo,67en quien únicamente el Padre se complace. Es a través de Él que los hombres son capacitados para amar y temer a Dios de tal manera que se aparten del mal y hagan esa justicia que le es agradable.68Y por esto, el hombre debe depender diariamente del Señor, para recibir de Él las provisiones adecuadas que (mediante una vigilancia constante) le permitan continuar en Su favor y gozar de Su benevolencia. Porque no es como muchos parecen imaginar, o como desearían que fuera, que puedan vivir en pecado y desobediencia aquí, entregándose a sus inclinaciones corruptas, y aun así esperar que se les impute la justicia de Cristo en el porvenir.69Porque, aunque no estamos bajo la ley mosaica, de manera que estemos obligados a cumplir sus ordenanzas, lavamientos y sacerdocio levítico (pues Cristo, nuestro Sumo Sacerdote se ofreció a Sí mismo una vez por todas y la cumplió); sin embargo, tampoco estamos bajo una gracia que nos exima de vivir bien. Aunque no estamos atados a los ritos y ceremonias de la ley, sí estamos obligados a cumplir con su justicia,70la cual Cristo no vino a abrogar sino establecer.71Y aunque Dios es misericordioso y compasivo para perdonarnos nuestras ofensas a través de la mediación de Cristo, siempre que haya un arrepentimiento verdadero y sincero, y que de corazón nos apartemos del mal;72esto no significa que podamos tomar la libertad de seguir en pecado y rebelión contra él. Sin duda, no debemos pecar porque Dios es misericordioso, con la idea de que Su gracia abunde;73si fuera así, ¿dónde estaría la estrechez del camino de Cristo? Si debemos tomar una cruz diaria en contra de nuestra propia voluntad para poder cumplir la de Él, díganme, ¿qué lugar hay para la libertad de la carne?

Aquellos que están verdaderamente en Cristo (lo que nos hace aceptables al Padre, y completamente desposados con Él) deben necesariamente haber renunciado a su propia voluntad como un efecto del verdadero amor, una parte esencial de una unión tan íntima; y de esto proviene inevitablemente la obediencia. El apóstol Juan—después de haber declarado que Dios es Luz, y que aquellos que desean experimentar la sangre purificadora y la verdadera comunión con Él y de uno con el otro, deben andar en la Luz como Él está en la Luz74—les dice a los jóvenes y débiles en la fe (a quienes llama hijitos) que escribió esas cosas para que no pequen.75Sin embargo, si alguno, por debilidad o descuido, pecara y cayera en el desagrado del Padre, él les asegura que Cristo el justo es tanto la propiciación como también el abogado que intercede ante el Padre. También les dice que el guardar Sus mandamientos era la evidencia más segura de que lo conocían y estaban en Él.76Pero en cuanto a los fuertes, a quienes llama jóvenes, les dice que la Palabra de Dios permanecía en ellos, y que habían vencido al maligno.77

Profesión vs Posesión del Cristianismo

Estas cosas pueden ser fácilmente habladas y comprendidas en la mente, pero experimentarlas cumplidas en nosotros es nuestro mayor interés, y solo esto puede hacernos partícipes de ellas. La esencia del cristianismo no consiste en tener nuestras cabezas saturadas de conocimiento, sino en tener nuestros corazones llenos del amor divino, que nos anima y empodera a ser diligentes, e inspira en nosotros valor y poder para guardar y cumplir la voluntad de Dios.78Porque Dios no mira lo que las personas profesan con sus labios, ni por qué nombre son llamados, sino que considera el corazón y el espíritu que lo gobierna. Las personas pueden profesar las mejores cosas y, aun así, seguir viviendo para sí mismas. Pueden cambiar su opinión o persuasión, y aun así no volverse de las tinieblas a la luz, ni del poder de Satanás a Dios.

Ha habido, en efecto, una profesión externa del cristianismo muy grande y atractiva en el mundo, adornada con conceptos ingeniosos, elaborados y elevados, pulida con retórica y elocuencia; pero el poder y la vida que alcanzan el corazón y dan victoria y dominio sobre los deseos y afectos que batallan contra el alma, es algo que muchos todavía desconocen. En verdad, pocos han experimentado sus almas caídas restauradas de su primer estado en Adán, levantadas a un estado donde pueden percibir las cosas de Dios, recibir poder para hacer Su voluntad, experimentar sus mentes renovadas, y sentir aquel poder vencido que antes los mantenía cautivos, habiendo sido leudados por el don celestial en Su propia naturaleza. Esta es la verdadera vida y esencia de esa religión sobre cuyos aspectos externos el mundo está lleno de ruido; y, por lo tanto, la tarea más apropiada y necesaria de nuestras vidas es encontrar el cumplimiento de esta gran salvación en nosotros. La experiencia práctica de esta salvación en el corazón, por medio de la gracia salvadora y “el Espíritu de Dios que es dado al hombre para provecho,”79dará más satisfacción y contentamiento al alma que busca sinceramente el reino de los cielos y su justicia, que escuchar y leer todos los días acerca de lo que Dios ha hecho en el pasado por aquellos que verdaderamente lo amaban y le temían. Y es por la falta de esto que la religión cristiana es generalmente tan vacía e incapaz de producir una vida verdaderamente piadosa, acompañada de los frutos del Espíritu y de la debida obediencia que proviene de ese nacimiento del Espíritu, sin el cual los métodos más refinados de adoración y devoción no nos harán aceptos ante Dios, quien es inaccesible para el nacimiento de la carne. Tampoco creemos que sea agradable para Dios que las personas le canten esas canciones y salmos que fueron las experiencias y ejercicios espirituales de hombres santos en tiempos pasados, sin haber tenido alguna experiencia viva de las mismas cosas en sí mismas; ni que las personas puedan hablar de manera adecuada y verdadera sobre las cosas de Dios más allá de lo que han conocido y experimentado.80

El Don de la Luz y Espíritu de Cristo en el Corazón

Ahora bien, ¿dónde, entre todas estas sólidas verdades evangélicas y escriturales se encuentra ese “veneno latente” tan temido y mencionado por nuestros adversarios? ¿Acaso está en que proclamamos el amor infinito de Dios hacia la humanidad, no solo al proporcionar libremente (por Su pura gracia y favor) un sacrificio mediante el cual se efectuó la propiciación por los pecados pasados del hombre, disponible para todo aquel que crea, se arrepienta y se vuelva a Dios;81sino también al proporcionar a todos los medios necesarios para la fe, el arrepentimiento y la conversión? Porque creemos que Dios no exige imposibles de los hombres, sino que espera que aumenten el talento o mina que se les ha repartido, no solo al enviar al Hijo de Su amor a morir por sus pecados, para que ya no vivan más en ellos, sino también al enviar Su luz y Espíritu a sus corazones, para guiarlos y llevarlos a toda verdad. Y leemos que Él hace que Su gracia se manifieste para salvación a todos los hombres, a fin de instruirlos y enseñarles a renunciar a toda impiedad y a los deseos mundanos, a abandonar al diablo y todas sus obras, y las pompas y vanidades de este mundo impío; también a rescatarlos y salvarlos de vivir en los deseos pecaminosos de la carne, a ayudarlos y fortalecerlos para volver a Él en obediencia, y a vivir una vida sobria, justa y piadosa, guardando la santa voluntad y los mandamientos de Dios, y caminando en ellos todos los días de su vida.82

Las Sagradas Escrituras dan abundante testimonio de este don de Dios dado al hombre, usando diferentes nombres, tales como Espíritu, luz, palabra, gracia, semilla, levadura, unción, etc., con los cuales entendemos que se refiere a ese Espíritu o talento celestial con el que Dios ha dotado a la humanidad en alguna medida para provecho.83Y en la experiencia de su incremento, mediante una diligente cooperación con él, con el fin de cumplir aquellos propósitos santos por los cuales lo hemos recibido, no tenemos duda de que estaremos felices al rendir una buena cuenta de nuestra mayordomía, y finalmente, entrar en el gozo de nuestro Señor.84

Nuestros opositores también afirman tener el Espíritu y la gracia de Dios; de lo contrario ¿por qué hay tanta oración por Su ayuda, y tantos discursos elocuentes sobre ello con los que a veces cautivan a su audiencia? Tenemos la esperanza de que hagan esto con sinceridad, y no solo para embellecer y adornar sus sermones con un tema que ellos no pueden evitar, dado que las Escrituras están tan llenas de ese lenguaje. Pero si en realidad es algo genuino y sincero, entonces ¿por qué se considera un error y una falta en nosotros, cuando en ellos se cree que es algo correcto y apropiado?

Y nos parece muy extraño que ellos consideren absurdo conceder que este don divino sea la Luz de Cristo brillando en la mente; ya que su función propia es enseñar e instruir, ser nuestro guía y gobernador, manifestar y señalar nuestro deber, así como hacer que estemos dispuestos y seamos capaces de cumplirlo. Si las amonestaciones piadosas y las vidas ejemplares de los buenos hombres fueron apropiadamente llamadas “luces del mundo,”85con mayor razón puede este don—que es la fuente de luz, y que ilumina e informa aún más claramente el entendimiento y lo hace útil—merecer ese nombre. Y si la gracia y Espíritu de Dios está en los corazones de los hombres, sin duda no permanecerá completamente inactivo, sino que estará haciendo algunos intentos para lograr el fin para el cual fue puesto allí.86En ciertos momentos, estará atacando a sus enemigos y tratando de desplazar lo que es contrario; pues, al ser santo y puro por naturaleza, nunca puede reconciliarse con el pecado y la maldad, sino que siempre peleará contra ellos. En verdad, a medida que los hombres le prestan atención a este don de gracia, puede conocerse infaliblemente por la naturaleza de sus esfuerzos.

Y nos atrevemos a apelar incluso a toda la humanidad, preguntándoles si no encuentran algo puesto en sus mentes y conciencias que, aunque quizás no esté gobernando ahí, nunca se mezcla con sus malas obras, ni las consiente, sino que siempre permanece puro y da testimonio contra ellas, convenciéndolos, reprendiéndolos y condenándolos por ellas, y también muchas veces (cuando sus espíritus están más quietos) les manifiesta la condición de sus almas.87¿No hay algo en todos que, por así decirlo, razona con ellos, descubriendo la maldad de sus caminos, llamándolos secretamente a salir de ella, algo que a veces genera deseos e inclinaciones de buscar a Dios y de reconciliarse con Él? Ahora bien, dado que el hombre en su estado natural está totalmente muerto y caído de Dios hasta tal punto que no puede por sí mismo tener un buen pensamiento;88y puesto que Dios mismo es el único bien esencial, es evidente que este don en nosotros procede necesariamente de Él. Este don de gracia o luz en nosotros que siempre nos reprende por el vicio y la maldad,89ya sea en pensamiento, palabra u obra, que nos pone a considerar nuestro final, y a menudo hace que las personas giman en medio de la risa90—recordándoles que deben rendir cuentas, atrayéndolos hacia el cielo, e inclinándolos a la virtud y a la piedad, a hacer a todos los hombres como quisiéramos que ellos hicieran a nosotros, a ser justos, sobrios, misericordiosos, moderados, etc.—esto necesariamente debe ser algo que no proviene de nosotros, sino que es puro y sin mancha y de una naturaleza divina, que siempre inspira y eleva la mente hacia su origen.

Por lo tanto, no puede ser una luz natural, ni la simple “luz de la naturaleza,” como afirman muchos, quienes sin embargo, a menudo hablan del Espíritu de Dios presente en el hombre. Porque es una verdad innegable que ningún poder puede actuar más allá de su propio ámbito, ni elevar al objeto sobre el cual actúa a una condición más noble que la suya, ni producir efectos que sean de una naturaleza más sublime que su propio origen. Además, es muy claro y evidente en las Escrituras que la mente del hombre a menudo es iluminada por una luz91superior a la de la mera razón, y que el hombre, con todo el poder y alcance de la razón y especulación humana, (aunque pueda llegar al conocimiento implícito de que existe un Dios) nunca puede alcanzar un conocimiento verdadero, espiritual y salvífico de Dios sin la ayuda de un poder divino y sobrenatural. Porque, aunque la mente del hombre, como ser racional, es esa capacidad o lámpara que puede ser iluminada, es Cristo quien debe iluminarla92para darnos un verdadero discernimiento de aquellas cosas que le pertenecen a Él y a Su Reino; y al unirnos y rendir obediencia a sus descubrimientos, experimentaremos un incremento de luz. El apóstol, hablando de lo que Dios por Su Espíritu les había revelado, dice claramente que el Espíritu todo lo escudriña, aún lo profundo de Dios; y que, así como nadie sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él, así tampoco nadie conoce las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios; y que el hombre natural ni conoce ni recibe las cosas del Espíritu de Dios porque se disciernen espiritualmente, y por esa razón habían recibido el Espíritu de Dios.93La luz natural se ocupa de cosas naturales, de esas cosas que están dentro de su propia región, actuando dentro de su propio ámbito, pero no puede alcanzar ese conocimiento de Dios que es vida eterna, a menos que nuestros poderes naturales o capacidades humanas sean iluminados por los rayos de la luz divina; pues, como dice el apóstol, el mundo mediante su sabiduría no conoció a Dios.94Y Cristo dice muy claramente y de manera positiva que nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.95

La idea de que estas luchas internas en nosotros son las maquinaciones de Satanás, o que él inquiete o perturbe a los hombres por sus pecados, es decir, por servirlo, o que él mismo los incite a buscar libertad de su sujeción a su poder, parece absurdo de imaginar. De hecho, nuestro Salvador deja esto fuera de toda duda cuando pregunta: “¿Puede un reino dividido contra sí mismo permanecer?”96Y en otro lugar dice claramente que, mientras el hombre fuerte armado guarda su palacio, en paz está lo que posee, hasta que venga uno más fuerte que él para atarlo, etc.97Por lo tanto, es evidente que no es el diablo, sino más bien los tratos de un Poder superior los que quebrantan la paz de los hombres por causa del pecado, y los persiguen y condenan por su desobediencia y transgresión. Y únicamente este Poder supremo puede, y realmente quiere, redimir sus mentes de ese estado miserable, atar al hombre fuerte, quebrantar su poder y echarlo fuera, si tan solo unieran su voluntad a la de Él, y aceptar la liberación que ofrece.

Un Día de Visitación Concedido a Todos los Hombres

Ahora bien, el hecho de que este don se ofrezca a todos los hombres, a lo largo de todas las edades, desde su juventud en adelante, no sugiere en absoluto que sea un don ni natural ni de poco valor. Muy por el contrario, esto demuestra que es de mayor importancia para todos los hombres. Porque el apóstol dice: “a cada uno le es dada una manifestación del Espíritu para provecho,”98y sabemos que las bendiciones y dones de Dios son gratuitos y valiosos debido a su valor intrínseco. En la naturaleza, Dios no estableció nada en vano, sino que aquellas cosas que son de mayor utilidad para sustentarnos y ayudarnos en nuestra vida natural son las más comunes, como el sol, que da luz a todos los hombres en todas las edades. El hombre evalúa las cosas según sus propios deseos, y las estima y valora más por su rareza y curiosidad, que por su utilidad; pero Dios concede de forma más universal aquello que es de la necesidad más absoluta para el hombre. ¿Acaso no se nos dice que todos los hombres nacen como extraños y enemigos de Dios, en la oscuridad y separados de Él en su estado natural,99y que por lo tanto deben ser iluminados, convertidos, regenerados y hechos seres espirituales antes de poder reconciliarse con Él? ¿No hará entonces Dios, que quiere que todos los hombres se arrepientan y sean salvos,100que la luz del Sol de Justicia resplandezca sobre todos, y conceda una medida de Su gracia y Espíritu a todos para ayudarlos a experimentar una obra en sí mismos que ellos no pueden hacer por sí mismos, pero que es de absoluta necesidad para su salvación? Por eso leemos que Dios, por medio de Su Espíritu, contiende con el hombre101durante el día de su visitación.102

Puesto que hasta nuestros adversarios reconocen que el Espíritu, luz y gracia de Dios están en el hombre, a menos de que puedan demostrar que son de una naturaleza, tendencia y operación manifiestamente diferentes y superiores, o que sean distintos o contrarios a ese don del que hemos estado hablando, no vemos ninguna locura ni error en concluir que es una y la misma gracia y don de Dios que se ofrece a todos, que siempre es una misma en su naturaleza, aunque varía en sus medidas; y creemos que este es aquel “tesoro”103celestial que Dios nos ha confiado. Bienaventurados serán los que lo empleen correctamente, experimenten su incremento y den lugar y espacio a esta semilla del reino en sus corazones. Y aunque al principio puede parecer contrario a las expectativas del hombre—al verse pequeña, humilde y despreciable,104y ser en general ignorado entre las cosas con que las mentes de los hombres están llenas—sin embargo, si ellos simplemente unen su voluntad a este don, para que pueda ejercer su poder y fuerza en ellos, este crecerá y se incrementará. Sin duda, si dejan que esta levadura haga su obra perfecta, leudará toda la masa hasta convertirla en su propia naturaleza.105

Cristo Morando en el Hombre

Por favor, consideren si realmente nos hemos merecido los insultos de nuestros adversarios al creer que el Señor escudriña el corazón del hombre, y le muestra sus pensamientos, y que no ha olvidado ser misericordioso al cumplir esas promesas generosas hechas en tiempos pasados a la descendencia de los gentiles, de poner Su ley en nuestros corazones y Su verdad en nuestro interior, y de derramar Su Espíritu sobre todos los hijos e hijas de los hombres, de volverse nuestro Maestro y de darnos el conocimiento de Sí mismo a través de la revelación de Su Hijo Jesucristo, quien ha venido para abrir nuestros ojos ciegos y sacar de la prisión a los que estábamos presos en tinieblas.106En verdad, Él ha prometido estar con Su pueblo hasta el fin del mundo, y nos ha dicho que Dios ha enviado al Consolador, el Espíritu de la Verdad, para recordarnos todo lo que Él dijo y para guiarnos y dirigirnos en el camino de la Verdad.107¿Es justo que se burlen de nosotros por dar testimonio de la suficiencia y utilidad de las enseñanzas de esta unción santa enviada a nuestros corazones,108y por creer que, aunque Cristo está en Su cuerpo glorificado en el Cielo, también está presente en los corazones de Su pueblo?109Porque Él es el Rey de los Santos ¿y no reinará en ellos?

El Alto y Santo, el que habita la eternidad, ha prometido también morar con los quebrantados y humildes,110para vivificar y consolar sus corazones. Así que, ¿no estará Aquel cuya presencia llena el cielo y la tierra también presente en el corazón del hombre? ¿No residirá en Su pueblo Aquel que se “regocija en la parte habitable de su tierra y cuyas delicias son con los hijos de los hombres”?111¿No son ellos miembros de Él, y Él su cabeza? ¿Puede haber una unión y comunión más íntima que la que existe entre la cabeza y el cuerpo, entre la vid y los pámpanos?112El mismo Espíritu de vida que está en la cabeza, es también la vida del cuerpo, y actúa en él. El que está unido al Señor, un espíritu es con Él;113¿y no pasa también la vida que está en la raíz a los pámpanos, y los mantiene vivos? ¿No se consideran “pámpanos muertos” todos aquellos en quienes no está esta vida? Todo aquel que tiene al Hijo de Dios y come de Él, tiene vida por medio de Él;114y los que no tienen a Cristo, quien es la vida de Sus santos, no tienen vida. ¿Cómo podría decirse que Su pueblo participa de Él en todas las edades si Él no estuviera presente en ellos?115Sin duda, esta doctrina no merece ser objeto de burla, más bien es de gran consuelo para aquellos que están enfermos de amor y tienen una sed ferviente de disfrutar de Él, y no solamente de oír de Él.

Solo Un Cristo

Consideren seriamente estas cosas (que son acordes a las Escrituras), y con qué razón las personas se han burlado de nosotros por lo que creemos al respecto, llamándolo “El Cristo de los Cuáqueros,” como si Su manifestación en nuestros corazones fuera otro Cristo, oun Cristo distinto al Jesús de Nazaret que está glorificado con Dios el Padre en el cielo. Esto lo negamos de todo corazón; porque aunque Él ha ascendido al cielo y está sentado a la diestra de Dios muy por encima de todo principado y potestad, no está limitado o restringido a esto, sino que (tal y como por Él fueron hechas y creadas todas las cosas116) Él también es la vida que llena todo en todos en Su iglesia y pueblo. ¿Está dividida la divinidad y humanidad de Cristo? ¿No es esta inseparable unión el Cristo verdadero y completo? ¿Puede Su Deidad estar presente, y Aquel que es el hombre celestial estar ausente? ¿Qué piensan de Aquel que se le apareció a Juan, y le dio Su comisión para las siete iglesias?—a quien Juan describe (Apocalipsis 1:12-17), y quien dice: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo, si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.” El mismo que dice: “Yo soy el que escudriña la mente y el corazón; y os daré a cada uno según vuestras obras.”117

¿No es este el verdadero Cristo, el verdadero Mediador, por quien Dios juzgará al mundo?118¿Y puede Él examinar tan de cerca la parte más íntima de la mente del hombre, de manera que ningún pensamiento escape a Su atención, si no está presente? ¿Por qué desearía Pablo que nuestro Señor Jesucristo estuviera con el espíritu de Timoteo, si pensara que tal cosa fuera imposible?119¿Acaso no reconocen todos los cristianos que el Espíritu de Cristo, que es el Ungido, está en Su pueblo? Entonces ¿cómo puede estar ausente? ¿Acaso el hecho de que sea un misterio, muy por encima de nuestra capacidad de entender, es razón suficiente para decir que no es así? ¿No deberíamos en tales casos ejercitar la fe y aceptar el testimonio del Espíritu Santo expresado en las Sagradas Escrituras, en lugar de interponer nuestras sofisticadas y curiosas especulaciones? —no metiéndonos innecesariamente en cosas demasiado sublimes para nosotros, sino recordando que las cosas secretas le pertenecen a Dios, y que aquellos que conocen más en esta vida solo conocen en parte las cosas invisibles, y las ven como por un espejo.120¿Deberían los hombres, que ni siquiera se comprenden a sí mismos, ni tienen conocimiento intuitivo de su esencia, o incluso de las cosas más pequeñas que la naturaleza nos presenta, y que son obvias para nuestros sentidos; digo, deberían ellos aspirar a comprender cosas mucho más inescrutables, y emprender explicar aquello que está fuera del alcance y comprensión de las mentes más dotadas?

Cristo Puede Librar del Poder del Pecado en esta Vida

Esperamos que no sea un error afirmar que el poder de Cristo es más fuerte que el del diablo, que Él es realmente capaz de atarlo, herir su cabeza,121quebrantar su poder, despojarlo y echarlo fuera, y cumplir completamente el propósito de Su venida, que es deshacer las obras del diablo y salvar de sus pecados a los que tienen verdadera fe en Su nombre y poder. Sin duda no es inconsistente con el cristianismo creer que Cristo puede y quiere purificar completamente Su era; que en verdad puede liberar al hombre de la cárcel, restaurarlo de su caída y llevarlo a Dios,122dándole poder para dejar al diablo y a todas sus obras, etc.

Encontramos que es coherente con la Escritura y con la dispensación del evangelio creer que aquellos que han experimentado la regeneración y han nacido de nuevo del Espíritu, han hecho morir por el Espíritu la primera naturaleza carnal y corrupta123que no puede agradar a Dios. Y si esta naturaleza está muerta, y también ha sido destruida y enterrada, sin ninguna duda ya no vive, sino que la mente queda en libertad y es restaurada para actuar en novedad de vida, andar conforme al Espíritu y cumplir la justicia de la ley,124porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús los ha libertado de la ley del pecado125y de la muerte que es su paga. Es por la falta de experimentar este verdadero nacimiento del Espíritu que se produce en el hombre, y de conocer en sí mismos la libertad que él otorga—cosa que ningún deber o actuación de la voluntad humana, ni las opiniones más refinadas en religión, pueden administrar, salvo la ley del Espíritu de Cristo en sus corazones—es por esta falta, digo, que las personas se muestran tan temerosas ante la dificultad y tan prontas a declarar imposible que el hombre viva una vida santa y justa. No obstante, esto es tan necesario para nuestra salvación, que se nos dice que sin santidad no podemos ni entrar en el reino de los cielos, ni ver a Dios.126No es que el camino sea más ancho, ni que su paso sea menos angosto y difícil de lo que imaginan; porque es absolutamente imposible que el hombre camine en él mientras esté sumergido en su primera naturaleza corrupta y desenfrenada, la cual no puede guardar la ley de Dios. Pues en esta naturaleza, los deseos y las pasiones del hombre están fuera de control, sus afectos desordenados, sus voluntades no están sometidas, y siguen los deseos e inclinaciones perversas de su mente sin restricciones.

Pero si llegan a experimentar otra semilla o poder que gobierne sus mentes, que cree en ellos corazones nuevos y limpios, que regule y sujete sus voluntades, que someta y dome sus pasiones, que límite sus deseos y dirija sus afectos e inclinaciones completamente hacia lo que es bueno, que corrija sus espíritus enteramente, y les enseñe a poner su mirada en las cosas de arriba, dándoles una aversión a todo mal, y un gran amor por la virtud y la bondad; al estar así perfectamente transformados, ¿dónde está ahora la gran dificultad? Porque “el hombre bueno, del buen tesoro de su corazón, saca buenas cosas.”127¿No buscará y producirá esta nueva disposición interior (que ahora aborrece el mal y ama y se deleita en la justicia) lo que es bueno tan naturalmente como antes buscaba y producía lo malo? Aquí no hay que forzar la naturaleza del hombre, sino que él es convertido y leudado completamente en otra naturaleza, y (según su medida) hecho partícipe de la naturaleza Divina,128que es la única que puede hacer la voluntad de Dios.

La Necesidad de Diligencia y Vigilancia

Les pedimos a nuestros vecinos inclinados a la piedad que sopesen y consideren seriamente la absoluta necesidad de que todo verdadero cristiano experimente sus mentes siendo moldeadas y formadas de nuevo por el poder y el Espíritu de Cristo obrando poderosamente en ellos,129para que puedan agradar a Dios con una vida santa y justa, escapando de la corrupción que hay en el mundo a causa de las concupiscencias. Y sabiendo que comprender esto en la mente es mucho más fácil que realmente alcanzarlo en el corazón, afirmamos que todos, con gran diligencia, deben entregarse fielmente a aquello que constituye el asunto principal y propio de esta vida. Por lo tanto, así como le ha placido a Dios darnos todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad por Su divino poder,130nosotros debemos—con una atención vigilante, cooperando con esa gracia que se nos da para tal propósito (y no resistiéndola)—ocuparnos en nuestra salvación con temor y temblor;131sabiendo que un buen grado de logro en esto puede perderse rápidamente a menos que sostengamos una vigilancia constante y diligente en la mente en medio de todos los negocios y ocupaciones, manteniendo un control sobre nuestras palabras y pensamientos, y un fiel impulso hacia adelante. Porque mientras vivamos en este mundo somos propensos a caer en tentaciones, y es fácil que caigamos en ellas si no tenemos un cuidado y vigilancia estrictos,132ya que nuestros sentidos presentan muchos anzuelos a nuestra mente en todo momento, de los cuales Satanás se aprovecha para engañarnos. Y también hay muchas provocaciones que se presentan en nuestro peregrinaje, contra todas las cuales la gracia de Dios es una armadura suficiente,133a medida que nuestras mentes se van sazonando con ella, de modo que donde haya algún error o falla, es por nuestra propia insinceridad, negligencia u omisión.

El Amor Universal de Dios y La Capacidad del Hombre para Rechazarlo

Tampoco es una “herejía peligrosa” que nosotros (junto a muchos otros profesantes del cristianismo) creamos en la universalidad del amor de Dios ofrecido a toda la humanidad. Porque leemos en las Escrituras que Dios es bueno para con todos, y que Sus misericordias están sobre todas las obras de Sus manos;134 y creemos que Él es sincero en su declaración (y que no pretende engañarnos) cuando afirma: “Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva y viva.”135Creemos que Dios, cuyo amor y misericordia no tienen límites, ofrece gratuita y generosamente la salvación por medio de Jesucristo (bajo ciertas condiciones que debemos cumplir de nuestra parte) a toda la humanidad, a cada hombre y mujer sobre la faz de la tierra,136lo cual es el verdadero mensaje del evangelio: “buenas nuevas de gran gozo, que serán para todo el pueblo; en la tierra paz y buena voluntad para con los hombres.”137Esto es, en verdad, un buen motivo para regocijarse; que todos están dentro del alcance de la misericordia y perdón gratuito;138que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación el que le teme y hace lo justo por medio de Él, le es acepto.139Creemos que Cristo murió por los pecados de todo el mundo,140sí, por cada ser humano. Ciertamente, entonces, todos aquellos por quienes Él murió están en capacidad de experimentar la salvación;141porque la gracia que trae salvación se ha manifestado a todos los hombres,142y a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho.143Y creemos que solo son condenados o reprobados aquellos que continúan voluntariamente sordos a los llamados de esta gracia,144que resisten al Espíritu,145y que esconden y menosprecian sus talentos durante el día de su visitación.146De estos Cristo finalmente se aparta y deja de contender con ellos; de modo que, al ser ahora retirados los medios, se les entrega a sí mismos147y a la dureza de corazón,148ya no percibiendo en sí mismos aquel don que pudiera prepararlos, ablandarlos y suavizarlos, de manera que son incapaces de arrepentirse, creer y convertirse.

El Error de la Elección y la Reprobación Individual

Si creer esto es un “error peligroso y nocivo,” confesamos que somos culpables; porque no podemos convencernos de abrazar esa opinión antievangélica de que Dios, desde toda la eternidad, por un decreto inmutable, ha elegido de manera individual e incondicional—sin tener en cuenta si aceptan o rechazan la salvación ofrecida en Cristo—a algunos para salvación y a otros para condenación; de modo que aquellos que son así elegidos ciertamente serán salvados, hagan lo que hagan, pues el decreto de Dios no puede ser revocado. Tampoco podemos aceptar la idea de que aquellos que son reprobados hayan sido, en efecto, condenados miles de años antes de nacer, de modo que queden sin ninguna esperanza de salvación, sin importar cuán ferviente y diligentemente la busquen, o cuán deseosos estén de servir y agradar a Dios. Porque esto parece más bien ser “tristes nuevas para la mayoría de los hombres,” en lugar de “buenas nuevas para todos los hombres,” si fuese realmente cierto. Además, esto pone fin a todo el propósito de la religión, porque hace que toda adoración y devoción, toda predicación, oración, reunión y vida santa, sean, por así decirlo, inútiles, al invalidar todo lo que el hombre haga, considerándolo como algo que no contribuye en absoluto (como una condición necesaria por parte del hombre) ni a su salvación ni a su condenación eterna.

En verdad, no podemos adoptar una opinión tan diametralmente opuesta a los atributos de Dios y a Sus repetidas declaraciones en contrario, y de esta manera atrevernos a acusar Su justicia, misericordia y bondad. No podemos creer tales cosas de Dios, quien es el amor mismo y la bondad misma, y que siempre ha manifestado un maravilloso cuidado y preocupación por el hombre como Su criatura amada; pues parece muy contrario a Su poder condenar a aquellos que no merecen ser castigados.149Y habiendo declarado claramente que no quiere la muerte del que muere,150parece absurdo sugerir que, sin embargo, creó a la mayor parte de la humanidad con el propósito de condenarlos, sin provocación alguna, y sin haberles ofrecido jamás la salvación; o que hiciera a la gran mayoría de los hombres completamente incapaces de aceptar la salvación que se les ofrece, al poner fuera de su alcance la capacidad de cumplir las condiciones y términos sobre los cuales Él la ofrece, y luego condenarlos a la miseria eterna por no cumplir aquello que les era imposible. Porque Dios no solo llama a todos los confines de la tierra (lo que implica a toda la humanidad) a mirarlo a Él y ser salvos,151sino que también ha dado a cada uno una porción de Su Espíritu para que pueda hacerlo. No solo envió a Su Hijo amado a gustar la muerte por todos los hombres,152a ser levantado como Moisés levantó la serpiente de bronce, a fin de que todo aquel que en él crea no se pierda;153sino que también Él los atrae,154y en la medida que están dispuestos a recibirlo, los toca con ese Imán Divino que es lo único que puede inclinar sus corazones y capacitarlos efectivamente para volver a la fuente de toda verdadera felicidad.

Pero esta es la condenación: que la luz ha venido al mundo, y los hombres aman más las tinieblas que la luz, porque sus obras son malas, y aborrecen la luz, y no quieren llevar sus obras a la luz, para que no sean reprendidas.155Porque todas las cosas que son reprobadas son hechas manifiestas por la luz,156pero los hombres aman sus propios caminos amplios, para seguir los deseos de sus ojos y los deseos de sus mentes,157y por eso aborrecen ser limitados y reformados. El apóstol, animando a los Efesios a llevar una vida de pureza, y a evitar los varios males mencionados allí, dice claramente: “Nadie los engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia.”158Y en otro lugar, dice, “si vivís conforme a la carne, moriréis.”159La razón, por tanto, de que algunos se pierdan y sean condenados a perdición es su falta de abrazar los medios provistos por Dios. Es porque no llevan sus obras a la Luz de Cristo en sus corazones, ni prestan atención a las reprensiones que instruyen que son el camino de la vida,160ni siembran para el Espíritu y mediante el Espíritu hacen morir las obras de la carne,161yno porque hayan sido reprobados personalmente e incondicionalmente desde toda la eternidad. Dios, que es Señor de todos, es bueno para con todos y quiere que todos los hombres sean salvos;162pero muchos desobedecen Su llamado, rechazan Sus ofertas, resisten los esfuerzos de Su Espíritu, hacen oídos sordos a los toques que hace nuestro Salvador a la puerta de sus corazones163para que lo reciban y le den morada allí, escogen y prefieren el mundo presente y no se niegan a sí mismos para seguir a Cristo. No es como dicen algunos hombres, que la salvación nunca estuvo al alcance de ellos. ¿Acaso fueron lágrimas fingidas aquellas que nuestro Salvador derramó sobre Jerusalén cuando ya se había acabado el día de Su visitación?—cuando dijo: “¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos, y no quisiste!” Observen que no dijo: “no pudiste.164

Y si algunos se atreven a sostener una opinión tan despectiva hacia la justicia, misericordia, amor y cuidado paternal de Dios, y tan contraria al mensaje del evangelio, no podemos dejar de preguntarnos qué los llevaría a imponer esta doctrina a otros y a presentarla como si fuera un punto necesario de creer en la religión cristiana. Porque no podemos ver cómo esto puede generar amor a Dios, aumentar la fe en Cristo, elevar nuestra veneración por Él, motivar a la diligencia o fomentar la piedad, que es lo que realmente avanza la verdadera religión. Por el contrario, esta doctrina tiende a inducir a algunos a refugiarse en una falsa seguridad, y hacer que otros no le den mucha importancia a la muerte y sacrificio de Cristo, considerándolo como algo parcial. Por ella, algunos caen en la desesperación, y otros son alentados a satisfacer plenamente los deseos de sus mentes, ya que nada puede alterar ese supuesto decreto de Dios ni para un lado ni para otro.

Sin embargo, no negamos la presciencia de Dios, quien conoce todas las cosas pasadas, presentes y futuras, estando todas ellas presentes ante Él a la vez; de modo que se puede decir con verdad que aquellos que creen en Cristo con esa fe viva y activa que obra por amor y impulsa a la obediencia, y que perseveran en ella hasta el fin, y así experimentan Su salvación, están en Aquel en quien la elección existía antes de que el mundo comenzara. Asimismo, aquellos que no creen, sino que más bien rechazan las ofertas de Su amor, y, al persistir en la desobediencia, descuidan una salvación tan grande, pueden considerarse ya condenados. Tampoco negamos esa prerrogativa de Dios de que algunos son hechos mayordomos sobre más talentos, y otros menos, según los cuales su incremento debe ser proporcional. Donde se da mucho, se demanda mucho,165y donde se da menos, se demanda menos; porque Dios es justo y equitativo en todos Sus caminos. Él no es un señor duro que exija o espere más que el incremento de lo Suyo.166Si aquel que recibió un solo talento lo hubiera utilizado y hecho dos, no dudamos que esto habría sido aceptado por el señor; porque creemos que nadie está absolutamente excluido desde la eternidad de recibir algún talento, y que además se concede un tiempo en el que es posible incrementarlo. Así que, aunque la gracia puede obrar más poderosamente en algunos que en otros, todos quedan sin excusa.

¿Una vez en Gracia, siempre en Gracia?

Hay otra opinión que depende de la doctrina mencionada anteriormente, que tampoco podemos aceptar (tal como ellos la expresan), y por eso nuestros adversarios piensan muy mal de nosotros; y es esta: que una vez que un hombre está en un estado de gracia, siempre permanecerá ahí; es decir, que no existe la posibilidad de caer de la gracia. No podemos entender cómo esta doctrina podría promover el verdadero celo y la piedad, ni mejorar la condición de la iglesia cristiana, ni vemos otra razón por la cual sus partidarios están tan aferrados a ella, excepto porque concuerda con la doctrina de la elección y la reprobación individual; de modo que los que abrazan una, se ven obligados a creer en la otra. Pero, al margen de esto, ciertamente tiende más a relajar a las personas que a estimularlas a aquel cuidado a aquel cuidado y diligencia necesarios, y a la constante y perseverante vigilancia en la oración, a la que nuestro Señor tanto nos exhortó, y a la que los apóstoles tan solícitamente instaron a los santos en todo lugar a permanecer, como siendo algo de absoluta necesidad.

¿Cuál es el significado de esas promesas de recompensa en el libro de Apocalipsis para aquellos que “venzan” y “permanezcan hasta el fin,” salvo alentar a la iglesia a perseverar constantemente? ¿O qué necesidad había de tales palabras si fuera imposible que se apartaran (quienes, supongo, nadie negará que estaban en un estado de gracia)? A la iglesia de Éfeso se le amenazó con quitar su candelero si no se arrepentía y hacía sus primeras obras; y la de Laodicea estaba a punto de ser vomitada de Su boca.167¿Y quién puede decir que esas vírgenes insensatas en la parábola no estuvieron alguna vez en un estado de gracia, cuyas lámparas al principio estaban encendidas, arregladas y ardiendo? Porque, ¿de qué otra manera podría decirse apropiadamente que habían salido a recibir al Esposo?168¿O quién puede decir que aquellos no fueron llamados por la gracia salvadora, en cuyos corazones brotó la semilla celestial y por un tiempo prosperó, hasta que los espinos y cardos, los afanes y preocupaciones de esta vida la ahogaron?169Claramente, no fue porque no tuvieran un día de visitación de parte de Dios en el cual pudieran haber ocupado su salvación con temor y temblor, si hubieran continuado haciendo del reino de los cielos y su justicia su primera y principal elección, poniendo su tesoro allí y desenredándose de esas preocupaciones innecesarias. No, la semilla que fue sembrada y comenzó a brotar en estos fue la misma semilla que en el corazón honesto dio fruto abundantemente.

Seguramente Pablo, aquel gran apóstol, no compartía la opinión de estos hombres, cuando después de haber trabajado mucho tiempo en el evangelio, dijo: “Yo golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado.”170¿Quién no reconocerá que el apóstol, cuando escribió estas palabras, estaba en un estado de gracia? Y el autor de la carta a los Hebreos escribiendo en el tercer capítulo a aquellos a quienes llama “hermanos santos” y “participantes del llamado celestial,” en el versículo 12, les exhorta: “Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo.” Y nuevamente, en el capítulo 4:1: “Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado.” Verso 11: “Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia.” De nuevo, capítulo 6 versículos 4-6, hablando de aquellos que habían sido iluminados, habían gustado del don celestial, habían sido hechos partícipes del Espíritu Santo, habían gustado de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero (mostrando señales de que realmente habían sido llamados y estaban en un estado de gracia), dice que si cayeran, sería imposible renovarlos otra vez para arrepentimiento; no porque hubieran sido condenados desde la eternidad, sino porque “crucificaban de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios,” porque contristaban a Su buen Espíritu, y rechazaban los medios.

Nuestro Salvador dice de Sí mismo: “Yo soy la vid verdadera, vosotros los pámpanos; mi Padre es el labrador, todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará.” De nuevo, “El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará.”171Sin duda, debe afirmarse que mientras ellos permanecen siendo pámpanos en Cristo, son aceptados por el Padre; y, sin embargo, parece claramente posible que se aparten y sean cortados como pámpanos secos. Por esto Cristo repite a menudo esta condición:Si permanecéis en Mí;” y enseguida dice que la manera de permanecer en Su amor era hacer Su voluntad, como Él había hecho la de Su Padre, y así permanecía en Su amor.172Pero aunque no podemos abrazar la opinión de nuestros opositores, y debemos mantenernos firmes en las declaraciones de la escritura que demuestran ampliamente cómo un hombre puede avanzar en la gracia, y sin embargo, por falta de una vigilancia cuidadosa y constante en esa gracia, puede apartarse; también creemos que existe tal estado y crecimiento en la gracia mediante una atención vigilante a ella, y tal medida de fe alcanzable, del que ya no hay posibilidad de caer.173

Los Sacramentos (así llamados)

Pero eso que parece ser nuestro “error capital,” y la más grave de todas sus acusaciones, y aquello que parece silenciar todas las demás defensas en nuestro favor, es que no practicamos los sacramentos (así llamados) del bautismo, y del pan y el vino.

Bautismo

Juan, como el precursor inmediato de Cristo para preparar Su camino, dio una alarma a los judíos que se sentían seguros bajo la ley de Moisés, proclamándoles que el reino de los cielos estaba cerca, y que había llegado el tiempo en que Dios mandaba tanto a los judíos como a todos los hombres en todas partes a arrepentirse.174No era suficiente para ellos seguir pecando y luego ofrecer los respectivos sacrificios que la ley requería por ello; porque ahora la ira de Dios estaba próxima a ser revelada desde cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres.175No bastaba adornar o limpiar el exterior de la copa y del plato, sino que el interior debía ser limpiado, y entonces el exterior también sería limpio. El hacha ya estaba puesta a la raíz, y todo árbol que no diera buen fruto sería cortado.176

La ley de Moisés se ocupaba de los actos externos y no podía hacer perfectos a los hombres en cuanto a la conciencia;177pero se estaba a punto de establecer una dispensación que se acercaba más al corazón, tomando en cuenta los mismos pensamientos, donde al pecado no se le permitiría ni siquiera ser concebido al unir la voluntad a él.178Por lo tanto, Juan fue enviado a administrar el bautismo de arrepentimiento como una figura viva de lo que vendría inmediatamente después; porque el bautismo de Juan no era capaz de producir este efecto en el corazón. Y él mismo testificó, que aunque él los bautizaba con agua, vendría después Uno (que era antes de él, y mucho más poderoso que él) que los bautizaría con el Espíritu Santo y fuego; cuyo aventador estaba en Su mano, y que limpiaría completamente Su era.179Esta es la gran obra que debe realizarse bajo la dispensación del evangelio de Cristo: quitar los pecados del mundo y destruir las obras del diablo;180purificar los corazones de las personas, y renovar sus mentes por el poder del Espíritu. Este es el efecto propio del bautismo eterno de Cristo. Como dice Pedro, “no quitando las inmundicias de la carne, sino dando testimonio de una buena conciencia delante de Dios,”181purificando nuestras conciencias de obras muertas, para que sirvamos al Dios vivo en novedad de vida.

El bautismo de Cristo es uno solo, y los que por él han sido bautizados en Cristo Jesús, son bautizados en Su muerte, siendo su viejo hombre crucificado con Él, para que el cuerpo del pecado sea destruido y ya no sirvan más al pecado; porque los que han muerto con Cristo están libres del pecado, y vivos para Dios,182para llevar una vida santa y justa. Estos son los benditos efectos del bautismo del Espíritu Santo y fuego, y los beneficios que reciben aquellos que son verdaderamente lavados por Cristo en ese santo lavacro que nos da derecho a una parte con Él.183Ahora creemos que nuestro principal deber es experimentar este bautismo espiritual e interno de Cristo, a fin de que nuestros corazones sean lavados, purificados y santificados por el Espíritu de Dios;184y que realmente nos vistamos de Cristo, y estemos en Él, que es la sustancia, en quien los tipos y sombras han terminado. Juan sabía y dijo de antemano que “él debía menguar, y Cristo crecer.”185Noten que no dice: “Inmediatamente cesaré, en cuanto tenga lugar el bautismo de Cristo;” sino más bien “yo debo menguar.” Pero si el bautismo en agua fuera destinado a continuar siempre entre los cristianos, entonces Juan no hubiera menguado en absoluto. Tampoco resuelve el problema la siguiente alegación: que el bautismo en agua fue abolido como perteneciente a Juan, pero luego se restableció como perteneciente a Cristo; pues, entonces Cristo tendría dos bautismos evangélicos (uno con el Espíritu, y otro con agua), lo cual es erróneo.

Reconocemos que algunos de los apóstoles utilizaron el bautismo con agua durante un tiempo, pero creemos que fue más en conformidad con las circunstancias de la época que por necesidad, y por consideración a la debilidad de los creyentes en la infancia de la iglesia, siendo incluso la misma época en la que Juan había bautizado, quien no solo fue un verdadero mensajero de Dios en su tiempo, sino que también había ganado gran credibilidad entre la gente, y su memoria y mensaje no podían olvidarse tan rápidamente. Tampoco era fácil apartar a las personas de una práctica que había sido reconocida poco antes como de autoridad divina. Y además observamos que los apóstoles toleraron que los judíos creyentes vivieran en ciertos ritos y ceremonias de la ley mosaica por un tiempo,186a pesar de que el Mesías ya había venido en la carne y los había abrogado; pues, es muy difícil desprender a las personas de aquellas cosas en las que han sido criadas y educadas, y a las cuales sus mentes están fuertemente aferradas. De hecho, algunos de estos seguidores de Cristo hubieran hecho que los creyentes gentiles se sometieran al mismo yugo de la circuncisión, a lo cual se opuso Pablo, viendo más allá de todas esas cosas y sabiendo que el reino de Dios no era comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.187En verdad, Pablo enseñó abiertamente que el reino de Dios no consistía en palabras, sino en poder,188ni en diversos lavamientos y ordenanzas carnales que eran sombras, destinadas a perecer, sino que la sustancia era Cristo, y los que están Él, están completos en Él, declarando que si después volvieran al pacto de la circuncisión, para nada les aprovecharía Cristo.189Y, sin embargo, encontramos que, tal era su consideración hacia estos nuevos creyentes, que a pesar de todo, circuncidó a Timoteo, y que cuando estuvo en Jerusalén, se rasuró su cabeza, etc.,190comportándose como un judío por el bien de los que no veían tan lejos como él.191

Y no obstante que fue un predicador tan esforzado y celoso del evangelio, vemos que bautizó muy pocos con agua, e incluso dio gracias a Dios de no haber bautizado a ninguno más,192(poniendo de manifiesto que el bautismo en agua no era en aquel entonces parte esencial del evangelio) y más bien dijo claramente que no había sido enviado a bautizar, sino a predicar el evangelio,193a convertir a las personas de la tinieblas a la luz y de la potestad de Satanás a Dios, quien los había librado de la potestad de las tinieblas y los había trasladado al reino de Su amado Hijo.194 Esto es lo que es absolutamente necesario para nuestra salvación. Pablo no bautizaba simplemente porque otros lo estaban haciendo (que en realidad es la única comisión que cualquiera pueda pretender hoy en día.) Y es por esta razón que a veces decimos del bautismo lo que Pablo dijo acerca de la circuncisión: “Porque en Cristo Jesús, ni el bautismo, ni la falta de bautismo valen nada, sino una nueva creación.” Porque ser hecho una nueva criatura es la señal más verdadera de poseer la gracia interna y espiritual, y de estar en Cristo, y está por encima de todas las señales externas.

Habiendo los apóstoles concedido lugar a esta práctica por un tiempo, no es de extrañar que el bautismo en agua continuara en los siglos siguientes y que poco después ganara terreno en la apostasía que surgió. Porque a medida que la corrupción entraba en la iglesia y se aumentaba, el Espíritu y la vida del cristianismo eran cada vez más eclipsados, y las mentes de sus profesantes se volvían más oscuras, y entonces se aferraban cada vez más a prácticas externas. Y estos no solo continuaron con aquellas prácticas que habían sido usadas por sus predecesores, o al menos algo similar en su lugar, sino que, poco a poco, añadieron más ritos y ceremonias, y finalmente, comenzaron a embellecer y adornar esa religión que inicialmente era sencilla, simple y humilde, y consistía más en poder y amor divino que en observaciones externas. Y esta, con el paso del tiempo, fue tan adornada y engalanada, que su esplendor distinguido se volvió atractivo para otros. Bajo esta degeneración surgió la práctica del bautismo infantil, que es una invención completamente humana, sin ninguna autoridad en las Escritura ni por precepto ni por práctica; aunque quienes lo practican a menudo nos reprochan por negarlo.

Pan y Vino

Pero lo que causa la queja más fuerte en nuestra contra, es que no practicamos el sacramento (así llamado) del pan y vino. Este es ese “error pestilente y mortal” que, en la opinión de nuestros opositores, nos hace “peor que los papistas.” Pero deseamos que nuestros vecinos sobrios consideren si tales palabras nos han sido atribuidas justamente—no juzgando por rumores, ni por una fe implícita en lo que otros dicen de nosotros.

No somos ignorantes del gran alboroto y agitación que se ha levantado acerca de este asunto en la cristiandad, para escándalo del cristianismo tanto entre judíos como entre turcos. Los papistas han convertido este rito en completa idolatría, afirmando que es el verdadero cuerpo y sangre del Hijo de Dios, y como tal lo adoran. Otros dicen que Cristo está en ello, aunque no sepan cómo; unos dicen que es esto, otros dicen que es aquello; mientras que todos parecen esperar recibir algo de ello que no necesariamente administra; y todo por no entender la diferencia entre el verdadero pan de vida que desciende del cielo (esa carne y sangre de Cristo que da vida a todos los que se alimentan de ella, por medio de la cual moran en Él y Él en ellos,195) y esa cena que fue comida por los cristianos primitivos en conmemoración de Su muerte y sacrificio; las cuales no están tan unidas como para que la una incluya necesariamente a la otra, como la experiencia testifica de forma abundante, si las personas fueran honestas consigo mismas en esto. ¿Cuántos hay que reciben el pan externo año tras año, y sin embargo se quejan toda la vida de muerte, sequedad y debilidad en sus almas, y de falta de poder, sin recibir esa renovación de vida y fuerza espiritual que se supone que hay en ello? Porque ¿cómo pueden esperar alimentarse espiritualmente de Cristo en sus corazones si no están dispuestos a reconocer que Él realmente mora en Sus santos,196sino que lo consideran un error en los que sí lo reconocen?

Nosotros, sin embargo, creemos que todas las personas deben estar plenamente convencidas en sus propias mentes, y considerar seriamente estas y otras prácticas religiosas, sin adoptar cosas meramente por tradición porque otros las hacen. Tampoco deben ser presionadas con tanta vehemencia a favor o en contra de cosas que no son absolutamente esenciales para la salvación, sobre las cuales sus entendimientos todavía no están claros. Ni deben ser escarnecidos o reprochados por aquellas cosas que, para ellos, son cuestión de consciencia, y por lo tanto, sagradas, aunque para otros parezcan de menor importancia. En verdad, esta práctica es una gran vergüenza entre las personas que profesan el cristianismo. Tampoco juzgamos ni condenamos a aquellos que se encuentran en la práctica de este o del bautismo con agua tal como se usaba en la iglesia primitiva, cuyas vidas sobrias, cristianas y cuidadosas dan testimonio de sus intenciones sinceras en este respecto, y que pueden tener conciencia delicada al respecto, temiendo omitirlo hasta estar plenamente persuadidos de lo contrario. Pero en cuanto a nosotros, a quienes la esterilidad y vacío de esas señales externas y visibles nos son evidentes, no podemos continuar en ello, pues encontramos que la práctica externa de estas señales no produce verdadera satisfacción del alma ni nos imparte gracia interna y espiritual.

Por lo tanto, habiendo gustado que el Señor es bueno y misericordioso, esperamos la leche pura de aquella Palabra por la cual hemos sido engendrados para Dios,197para que podamos recibir fuerza por medio de ella, y crecer en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo,198y llegar a una mayor experiencia de esa verdadera comunión y unidad interna y espiritual con Él, en la cual Él cena con Sus santos y ellos con Él,199y reciben vida de Aquel que mora en ellos y ellos en Él—así como los miembros de un cuerpo están unidos a la cabeza, participan de su vida y viven por ella;200o como los pámpanos están unidos a la Vid,201los cuales reciben vida, virtud y alimento de ella, y de esa manera llevan fruto para la gloria de Dios, lo cual es agradable para Él. No es suficiente que participemos de esa cena una vez al mes, o una vez cada tres meses, sino que, como los judíos tenían su maná fresco cada mañana,202debemos recibir suministro diario y una renovación de fuerzas en nuestro hombre interno al comer ese pan celestial que nutre para vida eterna, bebiendo abundantemente de ese pozo de agua viva que en los santos salta para vida eterna.203Porque, así como en Dios vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser,204así Cristo es la verdadera y propia vida del hombre interior, por la cual realmente vive para Dios, y no puede vivir sino por Él. Aquellos que han sido engendrados para Dios por la Palabra de vida, y nacen de nuevo por el Espíritu, tienen el privilegio de alimentarse de Cristo y disfrutarlo, cosa que nadie puede hacer si no haya sido primero vivificado y resucitado por Él. En verdad, nadie puede recibir la vida, la savia y la virtud de Él como su cabeza y vid que no esté primero unido a Él como miembro y pámpano. Ni el simple hecho de rociar un niño con agua lo convierte en un miembro vivo de Cristo y le da acceso a alimentarse de Él (como ya hemos expresado) aunque comiera el pan y el vino de la iglesia durante todos los días de su vida.

Y puesto que disfrutamos de la sustancia de esta comida y bebida sin la señal, ¿por qué no podemos omitir la parte externa y figurativa como algo temporal o no de absoluta necesidad? Y, ¿por qué la misma autoridad que absuelve y excusa a otros cristianos de lavarse los pies unos a otros,205no puede absolvernos a nosotros del uso de este rito, y excusarnos de “quebrantar” un mandamiento de Cristo? O, ¿qué hay de la instrucción de los apóstoles de apartarse de ahogado y de sangre,206o de la costumbre mencionada por Santiago de ungir con aceite a los enfermos?207¿Por qué habrían de ser parciales nuestros adversarios respecto a lo que los cristianos han dejado de usar? ¿No tenemos buenas razones para concluir que si estas otras cosas no hubieran sido abandonadas hace tanto tiempo, los cristianos hoy habrían permanecido tan aferrados a ellas como lo han estado al bautismo en agua? Y, por otro lado, si el pan y el vino se hubieran dejado de usar en aquel entonces (cuando se abandonó la unción con aceite y la preocupación por los alimentos estrangulados), ¿no se sentirían la mayoría de los cristianos más libres de omitirlos hoy? Porque la tradición, la costumbre y la educación dejan una impresión mayor en la mente de las personas de lo que quizás somos conscientes; y no es tarea fácil, al principio, apartarlas de aquellas cosas a las que se han aferrado con tanta firmeza.

Puesto que Dios ha llenado nuestros corazones con Su gracia, y no nos ha privado de Su maná celestial, sino que diariamente demuestra que está con nosotros por Su presencia consoladora para nuestra gran satisfacción, aun cuando omitimos estas cosas, supliendo nuestras necesidades cuando acudimos a Él, quien capacita y fortalece a aquellos de nosotros que conservamos nuestra sinceridad e integridad primitivas con el deseo de llevar una vida sobria, piadosa y cristiana, que adorna el evangelio de Cristo y es el fruto cierto de la gracia espiritual. Y dado que incluso nuestros adversarios reconocen que estos sacramentos no son más que señales visibles y externas, y no se atreven a decir que la gracia interna y espiritual esté necesariamente vinculada a ellos, ni que sean de absoluta necesidad para la salvación, ¿con qué razón, entonces, preguntamos, nos declaran como “no cristianos,” y además nos cargan con calumnias y acusaciones en este sentido, usando esto frecuentemente como ejemplo para difamarnos y condenar toda nuestra profesión cristiana?

No se trata de Conceptos en la Cabeza, sino un Espíritu que gobierna el Corazón

Porque aunque seguir ciertas formas y ceremonias pueda unir y distinguir a sociedades y comuniones particulares, es seguro que ninguna observación o práctica, separada de la dirección y gobierno del Espíritu de Cristo como cabeza, puede convertirnos en miembros de Él. De hecho, podemos tener una buena apariencia externa, y tener un sistema de creencias en nuestras mentes, pero si Cristo no gobierna en nuestros corazones, no somos de Él. Ahora bien, si los que profesan el cristianismo estuvieran menos preocupados por señales y sombras, y por disputas y distinciones superficiales e innecesarias, y se dedicaran más a seguir los preceptos más esenciales, importantes e indispensables de Cristo, demostrando el poder que Él tiene sobre sus mentes al mostrarse como Sus verdaderos discípulos y legítimos herederos de Su reino, estando en cierta medida investidos de Sus virtudes y gracias divinas, seguramente tendríamos menos envidia, conflictos, chismes y detracciones (que solo debilitan el interés común de la piedad, y le dan ventaja a nuestro enemigo común), y en su lugar, tendríamos más amor cristiano, paz, armonía y buenas relaciones entre nosotros. Sí; si todos los que desean hacer el bien simplemente se dedicaran a perseguir la virtud, a amarla y promoverla dondequiera que la encuentre, y a aborrecer el vicio y el mal en todos, rechazándolo en todo lugar, e hicieran de esto la verdadera expresión de su amor cristiano (en lugar de discutir sobre opiniones en asuntos menores), nos acercaríamos más unos a otros y avanzaríamos mucho más en la verdadera piedad que con todas las disputas sobre diferentes interpretaciones en asuntos mucho menos esenciales.

Dios, que no mira los nombres sino las naturalezas, conoce entre todas las naciones y pueblos a los que son Suyos; y la regla que nos dejó para reconocerlos es por sus frutos, pues las acciones son la manifestación de sus voluntades. Toda la humanidad está bajo el poder y la guía del Espíritu de Dios, o bajo el del diablo; tienen una mente carnal o una mente espiritual, y cualquiera que sea la fuente y la inclinación de sus deseos y afectos, así serán sus acciones—pues, cada nacimiento tiene sus frutos propios, que son contrarios entre sí. Por lo tanto, independientemente de los conceptos u opiniones que predominen en las mentes, los hombres viven conforme al espíritu y la naturaleza que gobierna sus corazones. No podemos recoger uvas de los espinos, ni higos de los abrojos; ninguna fuente emite agua amarga y dulce al mismo tiempo. Es una verdad evangélica que aquellos que viven en envidia y contienda, y producen los frutos de la carne,208son de su padre el diablo; y aquellos que, por el Espíritu, hacen morir esos deseos y afectos corruptos, y producen los frutos del Espíritu,209adornando la doctrina de Dios nuestro Salvador con una vida sobria, justa y piadosa, éstos son de Dios—porque es en esto que se diferencian los hijos de Dios de los hijos del diablo.210

Así hemos expresado, con franqueza aunque brevemente, nuestra verdadera opinión y creencia respecto a aquellos puntos en los cuales creemos que nuestros adversarios han intentado condenarnos, lo cual esperamos sea satisfactorio para quienes aún no se han decidido a pensar mal de nosotros. En verdad, no tenemos otro interés que promover el avance de la verdadera piedad y del cristianismo; sintiendo amor y buena voluntad hacia todas las personas, y especialmente hacia aquellos cuyos corazones han sido despertados y tocados, quienes tienen verdaderos y fervientes ruegos y anhelos vivos hacia Dios, sedientos de un conocimiento de Él y de una comunión con Él que vayan mucho más allá de una mera profesión externa o de un conocimiento de oídas. Por lo tanto, lo que hemos encontrado como provechoso, útil y satisfactorio en nuestra incasable búsqueda de la paz con Él, eso es lo que recomendamos a los demás. Llamamos a las personas a volverse al don de Dios en sí mismas, que es lo único que puede hacerles bien, para que cada uno conozca por sí mismo al buen Pastor y Obispo de las almas, y escuche y reconozca Su voz en ellos, diferenciándola de la de un extraño, y así aprender de Él y seguirlo, quien es puro y siempre conduce a la pureza y la santidad, para que así la ofrenda que hizo de Sí mismo por ellos les sea provechosa y puedan experimentar la gran salvación de Dios.

El Propósito de Su Venida

Escriban esto en sus mentes y llévenlo con ustedes: que, aunque nuestro Salvador realmente pagó el rescate por nosotros e hizo una propiciación por medio de la sangre preciosa de Su cruz, sin embargo, si no experimentamos el propósito de Su venida, y esa muerte realizada y cumplida en nosotros mismos, para nada nos aprovechará. A menos que lo experimentemos a Él como un Salvador y Ayudador cercano; a menos que experimentemos una semilla de Luz y vida divinas que ilumine nuestras mentes, reviva y caliente nuestros corazones decaídos, engendre e incremente el verdadero amor a Dios y esa fe viva que da victoria, gobierna nuestros pensamientos, renueva y regula nuestras voluntades, limita nuestros deseos, frena nuestras lenguas, estimula inclinaciones santas, y mantiene una ardiente devoción en nuestro cristianismo, fortaleciendo nuestras mentes en lo que es bueno y agradable a Dios; digo, a menos que experimentemos estas cosas en y por nosotros mismos, toda nuestra apariencia exterior de religión será en vano, y nuestra profesión de Cristo no nos aprovechará en nada, sino que al final seremos sepultados en dolor. Porque solo son de Cristo aquellos que tienen Su Espíritu y están gobernados por Él. Los hijos de Dios son solo aquellos que son guiados por el Espíritu de Dios;211el cual engendra en la mente un aborrecimiento de todo pecado y maldad, y un amor por la pureza, la bondad y la virtud.

El Juicio Venidero

Por lo tanto, desechando toda contienda y hostilidad, toda envidia y maledicencia, aborrezcamos lo malo y sigamos lo bueno,212y dediquémonos con la debida y humilde atención al cumplimiento del asunto más importante de nuestra vida: “ocuparnos en nuestra salvación con temor y con temblor.” Que cada uno siga fielmente al Señor, conforme a lo que se le haya dado a conocer, sabiendo que seremos juzgados de acuerdo con lo que hemos conocido, y que será bienaventurado aquel cuya voluntad y acciones correspondan con su entendimiento en aquel día en que todos deberán comparecer ante el tribunal de Cristo y dar cuenta de sus obras hechas en el cuerpo, y recibir la sentencia de, “Venid benditos,” o “Apartaos de mí hacedores de iniquidad.”

En ese momento, no tendrá importancia a qué congregación o confesión de fe se pertenecía, ni qué persuasión se tenía entre las muchas que existen; porque entre todas ellas solo habrá dos clases: las ovejas y las cabras; es decir, aquellos que escucharon la voz del Pastor y lo siguieron, quienes fueron guiados y gobernados por el buen Espíritu de Dios en sus corazones; y aquellos que, envolviendo su talento en un pañuelo, sofocaron sus convicciones y, menospreciando el día de su visitación, continuaron bajo el oscuro poder del maligno. Un hombre puede avanzar mucho, mostrar una gran apariencia de religión y piedad, y aun así ser apartado a la izquierda al final. No se trata de llenar nuestras cabezas de conceptos curiosos o sublimes, con especulaciones refinadas y elevadas. De hecho, por muy bien que adornemos y decoremos nuestras lámparas, esto no bastará para otorgarnos a una entrada sin el aceite celestial, es decir, sin esa unción divina y santa que llena nuestros corazones, ilumina nuestras mentes y enciende nuestros afectos hacia la vigilancia y la obediencia a Sus enseñanzas, las cuales son las marcas más seguras de que realmente estamos en Cristo, en quien únicamente encontramos nuestra aceptación.

Es nuestro sincero deseo que ustedes con nosotros, y nosotros con ustedes, vivamos tan cuidadosamente conforme a la luz y al conocimiento que Cristo nos ha dado, que nuestras conciencias no nos condenen; y que así, habiendo terminado nuestros días aquí con tranquilidad, podamos recostar nuestras cabezas en paz, con una esperanza firme de una resurrección gozosa, teniendo confianza en el día del juicio.

Notas al pie de página:

1.
Romanos 15:4
2.
2 Timoteo 3:15-17
3.
Gálatas 1:8
4.
1 Juan 5:7 Contrario a las diferentes calumnias de sus adversarios, los primeros Amigos siempre creyeron en lo que los cristianos llaman la Trinidad. Su única reserva respecto a este punto tenía que ver con adoptar o insistir en términos escolásticos o definiciones académicas (como “tres personas o subsistencias distintas y separadas,” etc.) que no se encuentran en la Escritura, prefiriendo más bien apegarse a las palabras escriturales para expresar cosas espirituales.
5.
Hechos 4:12, Isaías 49:6, Hechos 13:47
6.
1 Pedro 2:21-22, Hebreos 4:15
7.
Romanos 8:34, 1 Timoteo 2:5-6. 1 Juan 2:1-2
8.
Hechos 10:42
9.
Colosenses 2:9
10.
Efesios 5:2, 1 Juan 2:2, Hebreos 10:12
11.
Romanos 5:12, 18
12.
2 Corintios 5:19
13.
Romanos 3:25
14.
Lucas 24:47, Hechos 10:43 y 26:20, Efesios 4:22-24, Romanos 8:3-4, 2 Corintios 5:15-17, Tito 2:14, Juan 14:15, 21, 23-24, y 15:10, 2 Timoteo 2:19, 1 Pedro 4:1-3, Santiago 2:12 hasta el fin del capítulo.
15.
2 Timoteo 2:19
16.
Romanos 6:18-19, 22, 2 Corintios 7:1, Efesios 4:24, 1 Tesalonicenses 3:13 y 4:7, Hebreos 12:10, 14, 1 Juan 4:4
17.
Mateos 5:48
18.
Colosenses 4:12, 1 Juan 3:3
19.
Efesios 2:8
20.
Santiago 2:18 hasta el final del capítulo.
21.
Hebreos 11:6, Romanos 12:1-2
22.
Hebreos 2:9 y 10:12
23.
Hechos 3:19
24.
Hechos 26:18-20
25.
Mateos 1:21,Hechos 3:26, Tito 2:14
26.
Génesis 2:17, Romanos 5:12
27.
Génesis 6:5, Romanos 7:5
28.
Efesios 2:2
29.
2 Timoteo 2:26
30.
1 Corintios 2:14
31.
1 Corintios 15:45-47, Efesios 2:1-5, Colosenses 2:13, Romanos 8:11, Efesios 5:13-14
32.
Juan 1:9
33.
Efesios 2:3 y 5:6
34.
2 Corintios 7:10
35.
Juan 1:12-13, Romanos 8:14
36.
Hechos 26:18
37.
Colosenses 1:13
38.
Juan 8:32-36
39.
Marcos 3:27
40.
Malaquías 3:2-3
41.
Lucas 3:16-17, Romanos 15:16, Juan 13:8, 1 Tesalonicenses 5:23, 1 Corintios 1:2, Juan 14:23, Hebreos 13:21, Filipenses 2:13
42.
2 Corintios 5:17, Ezekiel 36:26
43.
Ezequiel 11:19; 36:26
44.
Mateo 23:26
45.
Hebreos 12:2
46.
Hebreos 11:6
47.
Santiago 2:18 hasta el fin del capítulo
48.
Isaías 35:8-9
49.
Apocalipsis 3:20-21
50.
Mateo 23:37
51.
Nehemías 9:20
52.
Romanos 8:5-8, Génesis 8:21
53.
1 Pedro 1:23
54.
Santiago 1:21
55.
Hebreos 4:12
56.
Juan 17:17-19
57.
Juan 3:6
58.
Romanos 8:14-15
59.
1 Corintios 12:3, Romanos 8:13 y 6:6, Efesios 4:22-24, Gálatas 5:24, Colosenses 3:9-10
60.
Romanos 6:4 y 7:6
61.
Colosenses 3:1-2
62.
Romanos 13:14
63.
Isaías 26:12, Filipenses 2:13, 4:13, Juan 15:5
64.
Juan 15:5, 8.
65.
2 Corintios 5:17, Gálatas 6:15
66.
1 Juan 2:6 y 3:7-9
67.
Juan 15:4-5
68.
Hechos 10:34-35, Hebreos 13:21
69.
1 Pedro 4:18
70.
Mateos 5:17-20
71.
Romanos 3:31 Reina Valera 1602 Purificada y Romanos 8:3-4
72.
Isaías 55:7
73.
Romanos 6:1
74.
1 Juan 1:5-7
75.
1 John 2:1
76.
1 Juan 2:1-6
77.
1 Juan 2:13-14
78.
Juan 14:21-23
79.
1 Corintios 12:7
80.
Génesis 6:3-4
81.
Juan 3:15-16, Hechos 10:43
82.
Juan 14:16-17, 26 y 16:13, Tito 2:11-12
83.
1 Corintios 12:7, Juan 1:9
84.
Mateos 25:14-30
85.
Mateos 5:14
86.
Tito 2:11-12, Juan 14:17 y 16:7, 8, 13-14 y 1
87.
Juan 3:20-21, Efesios 5:13
88.
Génesis 6:5, 8:21
89.
Juan 16:8, Juan 3:19-21
90.
Proverbios 14:13
91.
Job 24:13, Salmo 18:28, Juan 1:9, 2 Corintios 4: 4-6
92.
Romanos 1:19, 2 Corintios 4:6, Proverbios 20:27, Lucas 24:45, Juan 1:9, Efesios 5:13-14
93.
Salmos 36:9, Proverbios 4:18, 1 Corintios 2:10 hasta el final del capítulo
94.
1 Corintios 1:20
95.
Mateos 11:27
96.
Marcos 3:24-27
97.
Lucas 11:21-22
98.
1 Corintios 12:7
99.
Efesios 2:1-3, 12
100.
1 Timoteo 2:3-4, 2 Pedro 3:9
101.
Génesis 6:3
102.
Lucas 19:44
103.
2 Corintios 4:7
104.
Mateos 13:31-32
105.
Mateos 13:33
106.
Lucas 13:21, Jeremías 17:10, Romanos 8:27, Apocalipsis 2:23, Amos 4:13, Jeremías 31:33-34, Ezequiel 36:26-27, Joel 2:28-29, Hechos 2:16-18, Isaías 54:13, Mateos 11:27, Isaías 42:7 y 61:1
107.
Juan 14:16, 17, 26 y 16:13
108.
1 Juan 1:20, 27.
109.
Juan 14:17, 20, 23 y 17:23, 26, Isaías 57:15, 2 Corintios 6:16 , Proverbios 8:31
110.
Isaías 57:15
111.
Proverbios 8:31
112.
Juan 15:4-5
113.
1 Corintios 6:15, 17, 19
114.
Juan 6:56-57, 1 Juan 5:12
115.
Romanos 10:6-8; 2 Corintios 13:5, Colosenses 1:27
116.
Colosenses 1:16, Efesios 1:23, y 3:9
117.
Apocalipsis 3:20 y 2:23
118.
Hechos 17:31, Romanos 2:16
119.
2 Timoteo 4:22; 1 Juan 4:13
120.
1 Corintios 13:9, 12
121.
Génesis 3:15
122.
1 Tesalonicenses 5:23
123.
Romanos 6:6, 7, 11, 2 Pedro 1:4
124.
Efesios 4:22-24, Colosenses 3:9-10
125.
Romanos 8:2, 4
126.
Mateos 5:8, Hebreos 12:14
127.
Mateos 12:35
128.
2 Pedro 2:14
129.
Colosenses 3:10-11
130.
2 Pedro 1:3
131.
Filipenses 2:12
132.
Mateo 26:41
133.
2 Corintios 12:9
134.
Salmo 145:9
135.
Ezequiel 33:11 y 18:23
136.
Juan 3:14-17, Isaías 55:1, Apocalipsis 22:17, Romanos 5:18
137.
Lucas 2:10, 14
138.
Isaías 55:7, Ezequiel 18:21-22, hasta el final del capítulo.
139.
Hechos 10:34-35 LBLA
140.
1 Juan 2:2
141.
Hechos 10:34-35, Hebreos 2:9
142.
Titos 2:11
143.
1 Corintios 12:7
144.
Proverbios 1:20 hasta el final del capítulo.
145.
Hechos 7:51
146.
Mateos 23:37
147.
Nehemías 9:20, 26
148.
Isaías 63:10, Salmos 81:11-13
149.
Sabiduría de Salomón 12:15-16: “Eres justo, gobiernas el universo con justicia y juzgas indigno de tu poder condenar a quien no merece castigo. Porque tu poder es el principio de la justicia y el ser dueño de todos te hace perdonarlos a todos.”
150.
Ezequiel 18:32, Sabiduría de Salomón 11:23-24: “Porque te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado.”
151.
Isaías 45:22
152.
Hebreos 2:9
153.
Juan 3:14-16
154.
Juan 12:32; 6:44-45
155.
Juan 3:19-20
156.
Efesios 5:13 Reina Valera de Gómez
157.
Ecclesiastes 11:9
158.
Efesios 5:6-7
159.
Romanos 8:13
160.
Proverbios 6:23
161.
Gálatas 6:8, Romanos 8:13
162.
1 Timoteo 2:3-4
163.
Apocalipsis 3:20
164.
Lucas 13:34, Mateos 23:37
165.
Lucas 12:48
166.
Matthew 25:14-30
167.
Apocalipsis 2:5 y 3:16
168.
Mateo 25:1
169.
Lucas 8:7-8, 14-15
170.
1 Corintios 9:27
171.
Juan 15:1-2; 5-6.
172.
Juan 15:10
173.
1 Juan 1:9, 3:6-9
174.
Mateos 3:2; Hechos 17:30
175.
Romanos 1:18
176.
Mateo 23:25-26 y 3:10
177.
Hebreos 9:9
178.
Mateos 5:21-22; 5:27-28, etc, 2 Corintios 10:5, Santiago 1:14-15
179.
Mateos 3:11-12
180.
1 Juan 3:8
181.
1 Pedro 3:21 RV1602P, RVG
182.
Efesios 4:5, Romanos 6:3. 6-8, 11
183.
Zacarías 13:1, John 13:8
184.
1 Corintios 6:11
185.
Juan 3:30
186.
A saber, ceremonias en el templo, lavamientos, circuncisión, ritos de purificación, separación física de los gentiles, ungir con aceite, evitar sangre y carne que había sido sacrificada.
187.
Romanos 14:17
188.
1 Corintios 4:20
189.
Gálatas 5:2, Colosenses 2:16-17, 22; Hebreos 9:9-10
190.
Hechos 16:3; 21:20-28
191.
1 Corintios 9:20
192.
1 Corintios 1:14
193.
1 Corintios 1:17
194.
Hechos 26:18, Colosenses 1:13
195.
Juan 6:51, 56
196.
Juan 14:20, 23
197.
1 Pedro 2:2-3
198.
2 Pedro 3:20
199.
Apocalipsis 3:20
200.
Efesios 5:30
201.
Juan 15:5
202.
Éxodo 16:21
203.
Juan 4:14
204.
Hechos 17:28
205.
Juan 13:4-15 El cual lavamiento externo también podría haber sido considerado como una ordenanza externa permanente; porque las palabras de Cristo fueron: “Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis.
206.
Hechos 15:20-29
207.
Santiago 5:14-15
208.
Galatians 5:19-24
209.
Efesios 5:9
210.
1 John 3:10
211.
Romanos 8:9,14
212.
Romanos 12:9