“Recuerdo muy bien (aunque en ese entonces era solo un niño), el día en que mi padre trajo a casa la Historia de Sewel. Yo no era más que un niño, pero era un buen lector, y mi padre me puso a leerle el libro, mientras él se sentaba en su banco a hacer zapatos, pues era zapatero de profesión. Recuerdo claramente, como si fuera ayer, lo mucho que me afectó la lectura de algunas partes de ese libro; especialmente cuando se hablaba de la constancia que tantas de esas pobres personas, tanto jóvenes como ancianos, mostraban bajo el sufrimiento y la cruel persecución. A menudo tenía que dejar de leer, porque no podía continuar por el llanto; y mi hermana Hannah, que era mayor que yo, tomaba el libro y leía hasta que yo me componía lo suficiente como para continuar. La compasión de mi joven corazón realmente se despertaba mucho a causa de estos pobres e inocentes sufrientes de los que leíamos, y pensaba que si había gente realmente buena en el mundo, éstos eran sin duda algunos de ellos.”

— Christopher Healy