Los primeros Cristianos edificaron sobre una roca estable, sobre un cimiento vivo, sobre Cristo como Él ha sido en todas las eras, y sigue siendo—es decir, sobre Su aparición espiritual como la luz del mundo, y como la vida de justicia. Y tomando Su Espíritu eterno en sí mismos como su guía, rechazaron todo aquello por lo que fueron condenados y reprendidos. La obra de santificación es interna, y tiene que llevarse a cabo por un medio interno. Nada, excepto la luz interna, puede echar fuera la oscuridad interna; nada menos que la luz eterna puede librar nuestras almas del poder de la muerte. Pero este camino de la salvación de Dios ha sido rechazado por tanto tiempo, que pocos en nuestra era actual saben qué es este Espíritu, dónde conocerlo, o cómo caminar en él.